Aliados de la noche

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.:Aliados de la noche:.

Titulo Original: Allies of the night
Año: 2002
Trilogía: Vampire War

AliadosDeLaNoche.jpg picture by MonsieurLestatDeLioncourtvamoirewar-1.jpg picture by MonsieurLestatDeLioncourt

Sinopsis: Mr. Crepsley regresa a su ciudad natal junto con Darren y Harkat.  El ahora adolescente Darren Shan debe regresar a la escuela tras la sorpresa de un sospechoso inspector de educación que le informa a chico que debe asistir a la escuela donde su padre (en éste caso Mr. Crepsley) supuestamente lo inscribió. A pesar poder caer en una trampa Darren tiene que asistir si no quieren tener a las autoridades encima. Sin embargo, poco después Darren es atacado por un macabro vampanez con garfios que extrañamente le resulta familiar.
A punto de ser asesinado por "garfito" llega un extraño individuo caza-vampanezes que aparentemente le salva la vida...

PROLOGO

(Aparece en la última parte de "Cazadores del crepúsculo" como un avance) 


Algo me golpeó la cabeza con fuerza desde atrás, y me derrumbé entre la inmundicia. Lancé un grito al caer, y rodé en actitud defensiva, apretándome la nuca con las manos. Mientras rodaba, un objeto plateado se estrelló contra el suelo, donde había estado mi cabeza, haciendo saltar chispas.
Ignorando la herida de mi cabeza, avancé sobre mis rodillas buscando algo con lo que defenderme. Había una tapa de plástico de un cubo de basura en el suelo, a mi alcance. No era gran cosa, pero fue lo único que pude encontrar. Me agaché velozmente, lo agarré y, sosteniéndolo frente a mí como un escudo, me volví para hacer frente a la acometida de mi atacante, que venía corriendo hacia mí a una velocidad que ningún ser humano hubiera podido alcanzar.
Algo dorado centelleó y descendió en arco hacia mi improvisado escudo, cortando la tapa por la mitad. Alguien soltó una risita, que sonó a pura e insensata maldad.
—¡Te voy a cortar en pedazos! —fanfarroneó mi atacante, rodeándome cautelosamente. Había algo familiar en su voz, pero aunque lo intenté, no conseguí determinarlo.
Estudié su figura mientras daba vueltas a mi alrededor. Llevaba ropas oscuras y el rostro ocultó tras un pasamontañas. Por debajo sobresalía el borde de una barba. Era grande y fornido, y pude ver dos ojos rojos refulgiendo por encima de sus dientes al descubierto. No tenía manos, sino dos accesorios metálicos (uno de oro, el otro de plata) acoplados a los extremos de sus brazos. Había tres garfios en cada uno, agudos, curvados, mortales.
El vampanez (sus ojos y su velocidad lo delataban) atacó. Era rápido, pero esquivé los garfios asesinos, que se clavaron en la pared que había a mi espalda, produciendo un cráter considerable cuando tiró de ellos. Mi atacante tardó menos de un segundo en liberar la mano, pero yo aproveché ese tiempo para golpear, dándole una patada en el pecho. Sin embargo, él esperaba algo así, y bajó el otro brazo hacia mi espinilla, apartándome la pierna con un golpe cruel.
Solté un chillido cuando el dolor se extendió por mi pierna. Le arrojé furiosamente las dos mitades de la tapa del cubo de basura al vampanez. Las esquivó, riendo. Intenté correr… pero no pude. No podía apoyarme sobre mi pierna herida, y tras un par de zancadas caí al suelo, indefenso.
Giré sobre mi espalda y me quedé mirando fijamente al vampanez de los garfios, que se acercaba sin prisa. Balanceaba los brazos de un lado a otro mientras avanzaba, y sus garfios producían horribles chirridos al rozarse unos con otros.
—Voy a descuartizarte —siseó el vampanez—. Lenta y dolorosamente. Empezaré por los dedos. Te los cortaré uno por uno. Luego las manos. Luego los dedos de los pies. Luego…
Se oyó un estampido apagado, seguido del silbido del aire al dividirse. Algo pasó junto a la cabeza del vampanez, fallando por poco. Le dio a la pared y se clavó en ella: era una flecha, corta, gruesa y con punta de acero. El vampanez soltó una maldición y se agachó, ocultándose en las sombras del callejón.
Sentí el paso del tiempo como arañas correteando por mi espinazo. La furiosa respiración del vampanez y mis ahogados sollozos llenaban el aire. No se veía ni oía a la persona que había disparado la flecha. Mientras retrocedía arrastrándose, el vampanez clavó sus ojos en los míos y me enseñó los dientes.
—Ya te cogeré —juró—. Morirás lentamente, con gran agonía. Te descuartizaré. Primero los dedos. Uno por uno.
Luego se dio la vuelta y echó a correr. Una segunda flecha partió tras él, pero él se agachó y volvió a errar el blanco, enterrándose en una gran bolsa de basura. El vampanez alcanzó el final del callejón y desapareció rápidamente en la noche.
Hubo una larga pausa. Luego, pasos. Un hombre de estatura mediana surgió de la penumbra. Iba vestido de negro, con una larga bufanda alrededor del cuello, y unos guantes cubriendo sus manos. Tenía el pelo gris (aunque no era viejo) y una inflexible severidad en sus rasgos. Sostenía un arma en forma de pistola, en cuyo extremo sobresalía una flecha con punta de acero. Del hombro izquierdo le colgaba otra de aquellas armas que disparaban flechas.
Me senté con un gruñido, y me froté la pierna derecha, intentando devolverle algo de vida.
—Gracias —dije mientras el hombre se acercaba. No respondió, sino que siguió hasta el final del callejón, donde escudriñó el área, en busca de algún rastro del vampanez.
Volviéndose, el hombre del pelo gris regresó y se detuvo a un par de metros. Sostenía la pistola de las flechas con la mano derecha, pero no apuntaba inofensivamente al suelo: me estaba apuntando a mí.
—¿Le importaría bajar eso? —inquirí, obligándome a esbozar una avergonzada sonrisa—. Me acaba de salvar la vida. Sería una pena que eso se le disparara por accidente y me matara.
No respondió inmediatamente. Ni bajó el arma. No había la menor calidez en su expresión.
—¿No te sorprende que te haya perdonado la vida? —preguntó. Y al igual que me había ocurrido con el vampanez, la voz de aquel hombre me resultó familiar, pero tampoco esta vez supe por qué.
—Yo… supongo… —dije con voz débil, mirando nerviosamente el arma que lanzaba flechas.
—¿Sabes por qué te he salvado?
Tragué saliva.
—¿Porque tiene buen corazón?
—Quizás. —Avanzó un paso. El extremo de su arma apuntaba ahora directamente a mi corazón. Si disparaba, haría un agujero del tamaño de una pelota de fútbol en mi pecho—. ¡O quizás te haya salvado para mí! —siseó.


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Sigue con Ia trilogía: Vampire War en el libro "Asesinos del alba" 


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